jueves, 21 de marzo de 2013

EL DERECHO A LA IMPUNIDAD

Para analizar el sistema de justicia en Venezuela, hay que comenzar por hacerlo en su contexto histórico. Ya en 1919 Laureano Vallenilla Lanz en sus investigaciones lanzaba tan denotadas preocupaciones sobre la cultura de justicia en su tiempo, basadas en la forma en las cuales se dictaban las leyes y mucho más sobre cómo se implementaban. Este historiador nos dice que “desde la colonia la justicia no había sido ni pudo ser nunca rigurosa en Venezuela. No obstante la abundancia de delincuentes… -y más tarde en las guerras de independencia- en medio de aquella anarquía engendrada por la guerra y la impunidad que fatalmente debieron poner en práctica los patriotas para poder ganar prosélitos…..”. Este pago de lealtades políticas a cambio de favores públicos o institucionales creó en la conciencia del venezolano, la impunidad como cultura sobre la aplicabilidad de las leyes, como norma y como derecho -sobre todo- de los que tenían alguna relación con los grupos de poder.
El derecho a la impunidad, es una tradición que hoy día se replica y se profundiza en los espacios más recónditos de la geografía nacional. El quebrantamiento de las leyes a cambio de lealtad favorece la corrupción de los procesos administrativos; es así como el enriquecimiento ilícito es cosa fácil que sólo debe pagarse con silencio. Sobre las necesidades de cambio, de eficiencia gubernamental y de poder popular son palabras que quedan para el discurso a las masas ignorantes. Y es que no dejo de decir que las claves para comprender lo que estamos viviendo está en la historia; tanta injusticia e impunidad acumulada no puede ser cosa de poco tiempo. Nuestro error ha estado en la insuficiente capacidad para recomponer y aprender del pasado: nuestro pasado, ha sido utilizado por todos los grupos de poder –desde el Siglo XVI para profundizar vicios que ningún bien le han otorgado a la nación.
Las organizaciones políticas, ofertan poder a sus adeptos, a sus dirigentes por su apoyo electoral. Sin embargo, ese poder se convierte en enriquecimiento, en cargos públicos otorgados a personas que pocas veces están en responsabilidad de asumir. Las masas vienen planteando la necesidad de un cambio real, de instituciones adaptadas a esas necesidades……cualquier otro parecido o anunciado plan de cambios que no esté sustentando en una visión histórica de los problemas, está condenado a fracasar. Por eso lo dice el historiador Adolfo Gilly: “la misión de las revoluciones no es impulsar el progreso hacia un futuro imaginado, sino aplicar los frenos y desacelerar la marcha hacia nuevos desastres”.

“la misión de las revoluciones no es impulsar el progreso hacia un futuro imaginado, sino aplicar los frenos y desacelerar la marcha hacia nuevos desastres”. Adolfo Gilly

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